Historia para Folletín IV
El sol, enemigo de cuanto transpira la noche, se asoma a través de la ventana del tercer piso que no logra apartar de los amantes furtivos el color verdadero del mundo. El verdegris del árbol, que se reseca sobre la avenida ante la indiferencia generalizada; o el apagado marrón de las hojas polvorientas esparcidas por el suelo del balcón. Afuera, el canto de los pájaros asemeja el graznido excitado del ave de carroña. Dentro, la saliva reseca en la comisura de los delgados labios de la atribulada joven recuerda que todos los matices desaparecen en una noche presidida por una sonrisa como la del Gato de Cheshire.
Al levantarse, la atribulada joven quedó atónita en su lugar. Por su mente daba vueltas la posibilidad de que estuviera, al fin, perdiendo la cordura. Cuando reaccionó al escuchar el ruido que el joven detrás de la máscara del Señor Zorro hacía en la cocina, se dio cuenta de que su mano izquierda tocaba entre las sábanas el lugar donde él estuviera dormido. La posaba de manera despreocupada, pero cuando se dio cuenta de que lo hacía, también notó el inusual calor que aquel lugar irradiaba. “Este calor –dijo-… no es algo ajeno a él”.
Al levantarse, la atribulada joven quedó atónita en su lugar. Por su mente daba vueltas la posibilidad de que estuviera, al fin, perdiendo la cordura. Cuando reaccionó al escuchar el ruido que el joven detrás de la máscara del Señor Zorro hacía en la cocina, se dio cuenta de que su mano izquierda tocaba entre las sábanas el lugar donde él estuviera dormido. La posaba de manera despreocupada, pero cuando se dio cuenta de que lo hacía, también notó el inusual calor que aquel lugar irradiaba. “Este calor –dijo-… no es algo ajeno a él”.